¿Por qué los chilenos no pueden disfrutar en paz? ¿Qué es lo que genera que toda manifestación o evento social siempre termine en una gresca explosiva y estúpida digna de un capítulo de “Los Simpson”? ¿Qué problema tenemos que las cosas tienen tendencia a prenderse fuego? La noche de Año Nuevo un auto ingresa a un grupo humano lentamente. El chofer, un reverendo pelotudo asustado reacciona de una manera imbécil, luego de que los simios comienzan a golpear el vehículo y retrocede el auto aplastando gente. El tipo sale y es linchado. ¿Sirvió de algo? ¿Cambió alguna cosa? ¿Se mejoró alguien con eso?
A la mañana llega un “guanaco” donde hay tipos ebrios lanzando cosas. “Luchando contra el sistema”, dicen. La verdad, sólo hinchando. La secuencia del noticiero de Chilevisión no sólo devela un serio problema de reacciones, de odio, de torpeza que da vueltas en muchos, sino que también da la sensación de que todo lo que nos rodea no es nuestro y nos importa poco. Incluso los otros seres humanos.
Ahora hay que tratar de ir a la solución. ¿Por qué despreciamos tanto lo que está alrededor? Puede haber muchas explicaciones. Desde el maltrato que todos los días los chilenos sienten con los servicios, al miedo al otro que se manifiesta en racismo, clasismo, xenofobia. Pregúntenle a Tuma, la última víctima de la paranoia que encubre un profundo antisemitismo. El problema del idiota del confort (sí, todo se quema culpa de un papel higiénico, increíble la imbecilidad humana) no es de dónde venga. Pero obviamente todos los que tienen fijación con los judíos reaccionan de manera idiota, porque silenciosamente llevan un nazi adentro. ¡Con el checoslovaco de la otra vez no hacían lo mismo, muchachos! No sean tan evidentes. No sean tan irracionales.
Festejar no es exceso. Parece ser que el acceso al alcohol en este país es demasiado rápido. Y ya no es un tema de restricción de edad, sino más bien parece ser una mezcla entre los costos y la educación que se recibe sobre cómo tomar y dónde.
Esa cultura del “reviente” es la búsqueda de una evasiva. Y ya no es entretenida. No es un “verano gigante” como en los comerciales. Es sólo la desgracia de la carencia de oportunidades disfrazada de consumo para borrarse. Siempre los excesos son malos y dañan pero aquí parecen validados por todo el mundo: desde las radios donde los saludos de fin de año son súper simpáticos con el tío hecho mierda gritando de fondo hasta las calles y el fútbol donde parece que ningún triunfo es disfrutable si no es transformado en un energúmeno.
Ojalá estos sucesos tan idiotas nos hagan reflexionar de una vez por todas sobre cómo nos relacionamos con los otros y cómo poder cambiar desde cada lado eso. Si dejamos que esto se transforme en un antro de dementes sin control, sin cerebro, sin educación y zombies mirando pantallas y celebrando para perder la vida cada cosa estamos en el horno.
Tenemos que ganarle a la derrota cultural de todos los días en la que los impulsos le ganan al pensamiento y los instintos rompen todo. Basta de barbaridades de una vez por todas